Los pulpos son criaturas extrañas e inteligentes que parecen ciertamente extraterrestres, con sus tentáculos, su camuflaje y sus habilidades para cambiar de forma. Sin embargo, la idea de que realmente vinieran del espacio exterior parecería caer estrictamente en el ámbito de la ciencia ficción; una actualización del Cthulhu de HP Lovecraft, por ejemplo.
Pero en estos interesantes tiempos, la vida real se lee como ficción. Recientemente, un grupo de 33 científicos de todo el mundo -entre los que se encuentran el inmunólogo molecular Edward Steele y el astrobiólogo Chandra Wickramasinghe- ha publicado un artículo en el que sugieren, con toda seriedad, que los pulpos pueden ser realmente extraterrestres.
El artículo, publicado en el número de marzo de la revista Progress in Biophysics and Molecular Biology, es controvertido, obviamente, y la gran mayoría de los científicos no estarían de acuerdo. Pero el artículo merece ser discutido, por un lado, como ejercicio de reflexión, ya que las ideas extravagantes suelen ser rechazadas inicialmente. Y al provocarnos con teorías aparentemente extrañas, nos obliga a reconocer que hay aspectos de la vida en la Tierra para los que la teoría evolutiva clásica aún no tiene explicación.
El pulpo, por ejemplo, se considera tradicionalmente que proviene del nautiloide, habiendo evolucionado hace unos 500 millones de años. Pero esa relación no explica cómo estos extraños cefalópodos obtuvieron todas sus impresionantes características ni por qué los pulpos son tan diferentes, genéticamente hablando, de sus supuestos ancestros nautiloides. El artículo afirma:
La divergencia genética de los pulpos con respecto a su subclase ancestral coleoidea es muy grande… Su gran cerebro y su sofisticado sistema nervioso, sus ojos en forma de cámara, sus cuerpos flexibles, su camuflaje instantáneo mediante la capacidad de cambiar de color y forma son sólo algunos de los rasgos sorprendentes que aparecen de repente en la escena evolutiva.
Los genes transformadores que llevan del nautilus ancestral consensuado a la sepia común, al calamar y al pulpo común no pueden encontrarse en ninguna forma de vida preexistente, dicen los autores.
Hasta aquí, todo bien. Pero luego el artículo se vuelve muy especulativo. Los investigadores continúan: «Es plausible entonces sugerir que parecen haber sido tomados prestados de un ‘futuro’ lejano en términos de evolución terrestre, o más realistamente del cosmos en general».
Para hacer las cosas aún más extrañas, el artículo postula que los pulpos podrían haber llegado a la Tierra en «un grupo ya coherente de genes funcionales dentro de (digamos) huevos de pulpo fertilizados criopreservados y protegidos por la matriz». Y estos huevos podrían haber «llegado en bólidos helados hace varios cientos de millones de años». Los autores admiten, sin embargo, que «tal origen extraterrestre… por supuesto, va en contra del paradigma dominante»
De hecho, pocos en la comunidad científica estarían de acuerdo en que los pulpos vienen del espacio exterior. Pero el artículo no trata sólo de la procedencia de los cefalópodos. Su propuesta de que los pulpos podrían ser extraterrestres es sólo una pequeña parte de una discusión mucho más extensa de una teoría llamada «panspermia», que tiene sus raíces en las ideas de la antigua Grecia.
La palabra «panspermia» se traduce como «semillas en todas partes». La idea es que las semillas de la vida están en todas partes en el universo, incluyendo el espacio, y la vida en la Tierra puede originarse a partir de «semillas» de algún tipo en el espacio. En este artículo, los autores sostienen que las «semillas», o formas de vida extraterrestre que invaden la Tierra, se presentan en múltiples formas, incluyendo virus y bacterias «resistentes al espacio». Apoya este argumento señalando la materia orgánica encontrada en los cometas, así como diversos estudios médicos sobre la capacidad de autorreplicación inexplicablemente inteligente y la superfuerza de los virus. El artículo revisa 60 años de experimentos y observaciones de una serie de campos científicos para apoyar sus inusuales conclusiones.
La viróloga Karin Moelling, del Instituto Max Planck de Genética Molecular de Berlín, no está convencida, aunque dice que vale la pena contemplar el artículo porque todavía hay mucho que no sabemos sobre los orígenes de la vida en la Tierra. Escribe en un comentario (paywall) en la misma publicación: «Así que este artículo es útil, llama la atención, y vale la pena pensar en él, sin embargo, la afirmación principal sobre los virus, los microbios e incluso los animales que vienen a nosotros desde el espacio, no puede ser tomada en serio».
El científico evolutivo Keith Baverstock de la Universidad de Finlandia Oriental, en su comentario sobre el papel (paywall), es igualmente cauteloso. Las teorías propuestas «apoyarían un origen extraterrestre de la vida», escribe. Aun así, no llevan necesariamente a esa conclusión; hay otras explicaciones plausibles para las pruebas que ofrece el artículo.
Los autores son muy conscientes de la resistencia intelectual a sus ideas, y escriben:
Ciertamente, no queremos que este artículo se lea, como ha dicho un revisor, «como un último y exasperado intento de convencer a la corriente principal de la comunidad científica de que… la vida ha sido traída a este planeta desde otro lugar del universo en cometas/meteoritos.
Los investigadores reconocen que algunas formas de vida se originaron en la Tierra. Pero siguen diciendo que otras formas, quizá anteriores, se originaron en otros lugares, como el espacio exterior. En otras palabras, sostienen que las dos ideas no son mutuamente excluyentes y que, tomadas en conjunto, ayudarían a llenar algunas lagunas en la comprensión científica actual que la teoría evolutiva clásica no puede.
El artículo pretende ser provocativo. Dicho esto, soportó un año de intensa revisión por pares antes de su publicación. Como dijo Steele a Cosmos, «ya ha superado algunas pruebas severas y tortuosas».
Aunque sólo sea por eso, las ideas propuestas en este artículo bastante radical merecen nuestra atención porque siempre tendemos a estar de acuerdo con lo que ya creemos. Sin embargo, la historia de la ciencia está llena de teorías que fueron burladas y rechazadas de plano, para finalmente ser aceptadas como verdad. O, en palabras de Steele, «La situación recuerda al problema que tuvo Galileo con los sacerdotes católicos de su época -la mayoría se negó a mirar por su telescopio para observar las lunas de Júpiter»
Considere a estos científicos como alborotadores intelectuales. No es necesario estar de acuerdo con sus teorías sobre los pulpos del espacio exterior para apreciar su contribución a la gran conversación sobre los orígenes de la vida. La sociedad y la ciencia necesitan personas que articulen ideas poco convencionales y hagan tambalear el statu quo. Nos hacen replantearnos lo que imaginamos que sabemos.