Santiago el Menor, autor de la primera epístola católica, era hijo de Alfeo de Cleofás. Su madre, María, era hermana o pariente cercana de la Santísima Virgen, y por eso, según la costumbre judía, se le llamaba a veces hermano del Señor. El Apóstol ocupaba una posición distinguida en la primera comunidad cristiana de Jerusalén. San Pablo nos dice que fue testigo de la Resurrección de Cristo; también es un «pilar» de la Iglesia, a quien San Pablo consultaba sobre el Evangelio.
Según la tradición, fue el primer obispo de Jerusalén, y estuvo en el Concilio de Jerusalén hacia el año 50. Los historiadores Eusebio y Hegesipo relatan que Santiago fue martirizado por la fe por los judíos en la primavera del año 62, aunque estimaban mucho su persona y le habían dado el apellido de «Santiago el Justo».
La tradición siempre lo ha reconocido como el autor de la Epístola que lleva su nombre. Las pruebas internas basadas en el lenguaje, el estilo y la enseñanza de la Epístola revelan que su autor era un judío familiarizado con el Antiguo Testamento, y un cristiano profundamente fundamentado en las enseñanzas del Evangelio. Las pruebas externas de los primeros Padres y Concilios de la Iglesia confirmaron su autenticidad y canonicidad.
La fecha de su redacción no se puede determinar con exactitud. Según algunos estudiosos, fue escrita hacia el año 49 d.C. Otros, sin embargo, afirman que fue escrita después de la Epístola de San Pablo a los Romanos (compuesta durante el invierno del 57-58 d.C.). Probablemente fue escrita entre los años 60 y 62 d.C.
Santiago se dirige a las «doce tribus que están en la Dispersión», es decir, a los cristianos de fuera de Palestina; pero nada en la Epístola indica que esté pensando sólo en los cristianos judíos. Santiago se da cuenta de las tentaciones y dificultades que encuentran en medio del paganismo y, como padre espiritual, se esfuerza por guiarlos y dirigirlos en la fe. Por eso, el peso de su discurso es una exhortación a la vida cristiana práctica.