La intolerancia a la lactosa surge cuando no tenemos niveles suficientes de la enzima necesaria para digerir la lactosa, el azúcar presente de forma natural en los productos lácteos. La lactosa no digerida pasa al colon, donde las bacterias la descomponen en ácidos grasos de cadena corta y gases, y es entonces cuando nos damos cuenta del problema de forma dolorosa.
La intolerancia a la lactosa es común sea cual sea su origen étnico, pero las personas asiáticas y africanas parecen especialmente propensas a padecerla: Entre el 50 y el 90% de estas poblaciones padecen intolerancia a la lactosa, en comparación con el 5-15% de los europeos y norteamericanos.
Probióticos: formas de vida amigables
En los esfuerzos por aliviar esta pesada carga de la intolerancia a la lactosa, los investigadores han centrado su atención en los últimos años en los probióticos: las bacterias y levaduras que pueden utilizarse para complementar los billones de diminutas formas de vida que habitan nuestro intestino: la microbiota intestinal.
Los probióticos son microorganismos vivos que, cuando se administran en cantidades adecuadas, confieren un beneficio a la salud del huésped. No sólo pueden ayudar a nuestra salud intestinal, sino que también se han asociado a otros beneficios, como el refuerzo del sistema inmunitario y la reducción del colesterol en la sangre.
¿Cómo pueden ayudar los probióticos en la intolerancia a la lactosa?
Los probióticos también echan una mano a nuestro intestino para digerir la lactosa, por lo que son la opción obvia cuando se trata de buscar soluciones a la intolerancia a la lactosa. Los probióticos pueden reducir la concentración de lactosa en los productos fermentados, como el yogur, y aumentar la actividad de la enzima que descompone la lactosa, que entra en el intestino delgado con los productos fermentados.
Los autores de este artículo revisaron 15 estudios clave que analizaban el papel de los probióticos para aliviar los síntomas de la intolerancia a la lactosa. Evaluaron ocho cepas de bacterias probióticas -en su mayoría de los tipos Bifidobacterium y Lactobacillus- con los beneficios más probados.
Su revisión reveló que los efectos de estas cepas probióticas variaban ampliamente entre los estudios, pero en general se observó una relación positiva entre los probióticos y la intolerancia a la lactosa.
‘Los resultados mostraron diversos grados de eficacia, pero una relación general positiva entre los probióticos y la intolerancia a la lactosa.’ – Oak SJ et al, 2018.
De las ocho cepas evaluadas en esta revisión, Bifidobacterium animalis se encontraba entre las más investigadas y las más eficaces contra la intolerancia a la lactosa. Cinco de los seis estudios analizados mostraron que B. animalis tiene potencial para tratar los síntomas de la intolerancia a la lactosa.
Los probióticos del yogur desempeñan varias funciones importantes
Dos bacterias que se encuentran en el yogur son las bacterias del ácido láctico Lactobacillus bulgaricus y Streptococcus thermophilus. Desempeñan varias funciones importantes en nuestro tracto digestivo. Por ejemplo, L. bulgaricus aumenta la acidez dentro del intestino y esto ayuda a proteger contra los patógenos. Al descomponer la lactosa, se ha demostrado que S. thermophilus facilita la digestión de los productos lácteos a las personas con intolerancia a la lactosa.
De los estudios de esta revisión, uno de ellos descubrió que el consumo de yogur fresco que contenía L. bulgaricus y S thermophilus vivos se asociaba a beneficios en personas con mala absorción de la lactosa en comparación con el yogur que había sido tratado con calor para matar las bacterias. Otros cuatro estudios también demostraron que el L. bulgaricus podía reducir los síntomas de la intolerancia a la lactosa. Del mismo modo, se obtuvieron algunos resultados positivos para S. thermophilus, pero otros estudios no encontraron beneficios de la suplementación con estas dos bacterias.
Al analizar estos resultados, los autores señalan que es esencial comprender la importancia de las variaciones en las concentraciones y preparaciones de los probióticos utilizados, y disponer de formas consistentes de medir sus efectos.
Concluyen que se necesitan más estudios clínicos para evaluar las funciones de las cepas y concentraciones específicas de probióticos, y para descubrir los mecanismos a través de los cuales pueden ejercer sus efectos.
«Para dilucidar la posible relación terapéutica entre los probióticos y , deben desarrollarse nuevas estrategias relativas a cepas, concentraciones y preparaciones específicas de probióticos. – Oak SJ et al, 2018.
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