Cuerpos fructíferos jóvenes que muestran capuchones cónicos

La Amanita virosa es muy tóxica y ha sido responsable de graves intoxicaciones por hongos. Al igual que el gorro de la muerte (A. phalloides), estrechamente relacionado, contiene amatoxinas altamente tóxicas, así como falotoxinas. Algunas autoridades desaconsejan poner estos hongos en la misma cesta con los recogidos para la mesa y evitar tocarlos.

Las amatoxinas consisten en al menos ocho compuestos con una estructura similar, la de ocho anillos de aminoácidos; fueron aisladas en 1941 por Heinrich O. Wieland y Rudolf Hallermayer de la Universidad de Munich. De las amatoxinas, la α-amanitina es el principal componente y, junto con la β-amanitina, es probablemente la responsable de los efectos tóxicos. Su principal mecanismo tóxico es la inhibición de la ARN polimerasa II, una enzima vital en la síntesis del ARN mensajero (ARNm), el microARN y el ARN nuclear pequeño (ARNn). Sin ARNm, la síntesis de proteínas esenciales y, por tanto, el metabolismo celular se detienen y la célula muere. El hígado es el principal órgano afectado, ya que es el primer órgano que se encuentra tras la absorción en el tracto gastrointestinal, aunque otros órganos, especialmente los riñones, son susceptibles.

Las falotoxinas consisten en al menos siete compuestos, todos ellos con siete anillos peptídicos similares. La faloidina fue aislada en 1937 por Feodor Lynen, alumno y yerno de Heinrich Wieland, y Ulrich Wieland, de la Universidad de Munich. Aunque las falotoxinas son muy tóxicas para las células del hígado, desde entonces se ha descubierto que tienen poca influencia en la toxicidad del ángel destructor, ya que no se absorben a través del intestino. Además, la faloidina también se encuentra en la comestible (y codiciada) Amanita rubescens. Otro grupo de péptidos activos menores son las virotoxinas, que consisten en seis heptapéptidos monocíclicos similares. Al igual que las falotoxinas, no ejercen ninguna toxicidad aguda tras su ingestión en humanos.

TratamientoEditar

El consumo de Amanita virosa es una emergencia médica que requiere hospitalización. Hay cuatro categorías principales de terapia para la intoxicación: atención médica preliminar, medidas de apoyo, tratamientos específicos y trasplante de hígado.

La atención preliminar consiste en la descontaminación gástrica con carbón activado o lavado gástrico. Sin embargo, debido al retraso entre la ingestión y los primeros síntomas de intoxicación, es habitual que los pacientes lleguen para recibir tratamiento muchas horas después de la ingestión, lo que puede reducir la eficacia de estas intervenciones. Las medidas de apoyo se dirigen a tratar la deshidratación resultante de la pérdida de líquidos durante la fase gastrointestinal de la intoxicación y a corregir la acidosis metabólica, la hipoglucemia, los desequilibrios electrolíticos y el deterioro de la coagulación.

No se dispone de un antídoto definitivo para la intoxicación por amatoxina, pero se ha demostrado que algunos tratamientos específicos mejoran la supervivencia. Se ha informado de que la penicilina G intravenosa en dosis altas es beneficiosa, aunque se desconoce el mecanismo exacto, y los ensayos con cefalosporinas son prometedores. Hay algunas pruebas de que la silibinina intravenosa, un extracto del cardo mariano (Silybum marianum), puede ser beneficiosa para reducir los efectos de la intoxicación por el tapón de la muerte. La silibinina impide la captación de amatoxinas por parte de los hepatocitos, protegiendo así el tejido hepático no dañado; también estimula las ARN polimerasas dependientes del ADN, lo que provoca un aumento de la síntesis de ARN. La N-acetilcisteína se ha mostrado prometedora en combinación con otras terapias. Los estudios en animales indican que las amatoxinas agotan el glutatión hepático; la N-acetilcisteína sirve como precursor del glutatión y, por tanto, puede prevenir la reducción de los niveles de glutatión y el consiguiente daño hepático. Ninguno de los antídotos utilizados se ha sometido a ensayos clínicos prospectivos y aleatorios, y sólo se dispone de apoyo anecdótico. La silibinina y la N-acetilcisteína parecen ser las terapias con mayor beneficio potencial. Las dosis repetidas de carbón activado pueden ser útiles al absorber las toxinas que vuelven al tracto gastrointestinal tras la circulación enterohepática. Se han probado otros métodos para mejorar la eliminación de las toxinas; técnicas como la hemodiálisis, la hemoperfusión, la plasmaféresis y la diálisis peritoneal han tenido éxito ocasionalmente, pero en general no parecen mejorar el resultado.

En los pacientes que desarrollan insuficiencia hepática, el trasplante de hígado suele ser la única opción para evitar la muerte. Los trasplantes de hígado se han convertido en una opción bien establecida en la intoxicación por amatoxinas. Sin embargo, se trata de una cuestión complicada, ya que los trasplantes en sí mismos pueden tener importantes complicaciones y mortalidad; los pacientes requieren una inmunosupresión a largo plazo para mantener el trasplante. Así las cosas, se han reevaluado criterios como el inicio de los síntomas, el tiempo de protrombina (TPT), la bilirrubina sérica y la presencia de encefalopatía para determinar en qué momento es necesario un trasplante para la supervivencia. Los datos indican que, aunque las tasas de supervivencia han mejorado con el tratamiento médico moderno, en los pacientes con intoxicación moderada o grave hasta la mitad de los que se recuperaron sufrieron daños hepáticos permanentes. Sin embargo, un estudio de seguimiento ha demostrado que la mayoría de los supervivientes se recuperan completamente sin secuelas si se les trata en las 36 horas siguientes a la ingestión de setas.

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